Mónica Lorente Luna. Servicio de Dermatología, Hospital Universitario de Guadalajara.
La leishmaniasis constituye un espectro de enfermedades, causadas por varias especies de protozoos flagelados. Se trata de una infección de distribución mundial. Se distinguen 3 formas clínicas principales: cutánea, mucocutánea y visceral.
Aunque se trata de una infección de distribución mundial, es endémica en Centroamérica, norte de Sudamérica, zona mediterránea y algunas zonas de África y Asia. Las formas cutáneas son más frecuentes y las formas viscerales se ven con mayor frecuencia en África subsahariana y Asia. El reservorio de la infección son los cánidos y los roedores y la transmisión se produce por mosquitos, mayoritariamente del género Plebotomus en Europa. El ser humano suele ser huésped accidental. La infección se puede producir a cualquier edad.
Se distinguen formas cutáneas, mucocutáneas y viscerales que, según la localización geográfica, son producidas por distintos tipos de Leishmania.
Habitualmente comienza como una lesión circunscrita y única de pequeño tamaño en el lugar de inoculación que suele ser un área expuesta, como las orejas, las mejillas o los brazos (figura 1). Progresa a placa o nódulo con centro ulcerado, que cura de forma espontánea dejando una cicatriz.
La afectación es muy variable. Las formas evolucionadas en las que se produce pérdida sustancial de tejido en nariz, boca y destrucción de las cuerdas vocales constituyen la espundia.
En esta forma hay compromiso sistémico, con fiebre, inflamación de los ganglios linfáticos y hepato-esplenomegalia. Las manifestaciones son variables. El compromiso viene determinado por las complicaciones asociadas (neumonía, nefritis, hemorragias gastrointestinales, etc).
Son placas de color más claro que la piel o nódulos cutáneos color piel que aparecen años después de haber pasado una leishmaniasis visceral.
La Leishmania no crece en cultivos, por lo que se deben visualizar los protozoos mediante raspado de la lesión, biopsia cutánea o punción-aspiración con aguja fina. Cuando está disponible, la reacción en cadena de la polimerasa (PCR) constituye el método más sensible.
Depende de la severidad de la infección y la especie. Para formas cutáneas se han empleado criocirugía y los antimoniales pentavalentes intralesionales. Para las formas viscerales se emplean la anfotericina B o los antimoniales pentavalentes sistémicos.
Son fundamentales la prevención mediante repelentes y la destrucción de los reservorios. Se han combinado promastigotes muertos de L. braziliensis con bajas dosis de antimoniales con buenos resultados.
Sobre todo ligado a la forma clínica. Las formas cutáneas tienen buen pronóstico, pero producen secuelas estéticas. Las formas mucocutáneas y viscerales requieren tratamiento sistémico rápidamente para reducir las complicaciones y aumentar la supervivencia.
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