Seguridad a largo plazo de los tratamientos sistémicos para la psoriasis
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1 junio, 2020¿Quién nos iba a decir que tomar distancia, tradicional síntoma de recelo, iba a convertirse en expresión de prudencia protectora?.
La piel, que antes se reconfortaba con los abrazos, debe blindarse ahora como frontera inflexible y rigurosa frente a la agresión de un enemigo vírico, que contagia enfermedad y muerte.
Los expertos permiten ya salir a la calle que, como la vida misma, está llena de peligros. La distancia es, en la práctica, el arma principal contra la propagación de la pandemia. Una especie de foso para evitar que el ejército del coronavirus asalte el castillo de la salud, al que tenemos la obligación de convertir en inexpugnable.
El sentido de responsabilidad de los defensores (en este caso, los ciudadanos) jugará un papel decisivo en el éxito de la estrategia de defensa en la denominada “nueva normalidad”. En estas circunstancias excepcionales, a la piel, además de protegerla, hay que mimarla.
El contraste entre la reclusión domiciliaria y la salida al exterior, la inmovilidad y la movilidad o los cambios de temperatura, exigen la adopción de medidas y atenciones especiales.
La piel, que es el órgano más extenso del cuerpo humano, se ha convertido, por su condición de frontera con el mundo exterior, en la parte más receptora de agresiones ambientales, no sólo del riesgo de contagio del covid-19. Además de la adecuada hidratación y los fotoprotectores, la piel debe ser protegida, en esta salida a la calle, por comportamientos más generales, como la supresión (o reducción en el límite de lo posible) de alcohol y tabaco, la adopción de una dieta saludable o la rutina de un ejercicio físico acorde con nuestras aptitudes.
Si, aparte de evitar el contagio, la reclusión obligada ha servido para reflexionar sobre la necesidad de cuidar nuestra salud y nuestra piel, habrá merecido ( y mucho) la pena.