El tabaco también es dañino para la piel

El consumo de tabaco es considerado hoy, mayoritariamente,  como incompatible con un estilo de vida saludable. De ahí que las personas que optan a disfrutar de los beneficios que dicho estilo reporta a la salud abandonen (o, al menos, se esfuercen por hacerlo) este hábito nocivo.

 Actualmente son pocos quienes defienden al tabaco amparándose en las que se valoraban inicialmente como propiedades terapéuticas de esta planta. Sin embargo, todavía existen bastantes consumidores, sea porque no han conseguido abandonar este hábito o porque, por motivos diversos, se han iniciado en esta práctica. Por ello, resulta oportuno subrayar que el tabaquismo resulta dañino para la salud y que la piel tampoco se libra de sus perjudiciales consecuencias.

Aunque existe una concienciación bastante generalizada sobre los problemas más graves ocasionados por el consumo de tabaco (debido, especialmente, al aumento de los cánceres de pulmón y de garganta) poca gente es consciente de los impactos dermatológicos que supone tanto la práctica activa como el sufrimiento pasivo de este hábito nocivo..

Entre otros efectos, el tabaco favorece la formación de arrugas, seca la piel, la hace más macilenta, dificulta la cicatrización, reseca el cabello y es un factor que favorece el cáncer labial. Además, la nicotina ocasiona la pigmentación amarilla que provoca alrededor de los dedos la adicción al cigarrillo y que persiste por mucho que se laven las manos. Aunque quizá lo más significativo sea la denominada “cara del fumador”, que se desarrolla entre las personas con más de diez años de consumo y que se caracteriza por arrugas más marcadas, piel  grisácea y atrofiada. Un estudio realizado en Estados Unidos demostró que quienes fuman más de 50 cajetillas al año tienen 4,7 veces más riesgo de sufrir arrugas que los no fumadores. Por tanto, el tabaquismo, además de la salud, daña también a la imagen, tan importante en la sociedad actual.