En los últimos 15 años, han sido muchas las terapias que se han desarrollado para luchar contra distintos tipos de cáncer. Destacan aquellas que actúan atacando proteínas o genes específicos, terapias dirigidas, y las que estimulan el sistema inmunológico del paciente –sin necesidad de que exista una alteración específica en el ADN– para luchar contra su propio cáncer, inmunoterapia.
El dermatólogo tiene doble papel en el tratamiento del cáncer cutáneo cuando se utilizan terapias dirigidas e inmunoterapia, ya que es el médico que trata el cáncer de la piel y, al mismo, tiempo se requiere conocimiento y dominio del manejo de estos fármacos, que generan problemas cutáneos entre sus efectos secundarios.
En otros tipos de cáncer, como el de pulmón, tiroides o hematológicos, también se usan estas terapias que han mejorado la supervivencia global y son bien toleradas.No obstante, unos de sus principales efectos adversos son las alteraciones dermatológicas.
Por este motivo, el dermatólogo debe ser experto en estas terapias y en cómo evitar, minimizar o aconsejar sobre los efectos adversos en pacientes con cáncer.
Entre los efectos adversos que se manifiestan con algunas de estas terapias están:
Conociendo qué efectos producen se pueden hacer un mejor asesoramiento al paciente y recomendar, en los casos de sequedad, aplicar hidratación, evitar productos irritantes, usar fotoprotectores adecuados. En definitiva, mejorar la calidad de vida y evitar reducir la dosis o cambiar de tratamiento.
El dermatólogo es importante para el diagnóstico, para establecer un tratamiento adecuado en la toxicidad dermatológica generada por la terapia oncológica y para aconsejar al oncólogo sobre los pasos a seguir ante ciertas reacciones y alteración de la calidad de vida del paciente.
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