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21 junio, 2019Por su condición de órgano más extenso del cuerpo humano y de frontera con el mundo exterior, la piel es objeto de numerosas agresiones.
El esfuerzo investigador ha conseguido identificar a muchos agentes físicos y químicos, aliviar las lesiones y mejorar la efectividad de los tratamientos.
Sin embargo, frente a estos agresores visibles, existen otros invisibles, cuya peligrosidad resulta incluso superior, ya que, en la práctica, son mucho más difíciles de controlar.
Se trata de actitudes y comportamientos que se escudan en hábitos sociales, imbricaciones psicológicas o meras relaciones personales, que provocan decisiones carentes del mínimo rigor científico y cuyas negativas consecuencias constatan en sus consultas muchos dermatólogos.
Entre este tipo de agresiones invisibles ocupa un lugar destacado la atendencia a sustituir el imprescindible diagnóstico del especialista por el consejo de un familiar o amigo, basado en una experiencia supuestamente similar.
También el recurso a los denominados “productos milagro”, que ofrecen unas soluciones tan rápidas como engañosas y, en el mejor de los casos, ineficaces, ya que también pueden acarrear consecuencias perjudiciales para la salud.
Otro comportamiento negativo es la desidia, que descuida la necesaria hidratación de la piel, opta por el sedentarismo, se olvida de la protección solar y es tolerante con el consumo de tabaco y alcohol.
A ello suele añadirse el relajo en la vigilancia del peso y de una adecuada alimentación, así como el olvido del ejercicio físico.
Todos estos enemigos visibles e invisibles son fácilmente controlables con la instauración de una visita periódica al dermatólogo.
Esta es la mejor receta para asegurar una eficaz protección de la piel, a través de una adecuada estrategia de prevención y tratamiento.