Combatir el aislamiento de la piel

Uno de los efectos colaterales del coronavirus que está aflorando, cada vez con mayor fuerza, es la tendencia de un buen número de personas a mantenerse aisladas, siguiendo la dinámica implantada por los largos periodos de confinamiento, a los que obligó el urgente control de la pandemia. Esta actitud se está manifestando en varias facetas, todas ellas con sesgos peligrosos, cuyos efectos deberíamos esforzarnos en impedir  o, cuando menos, aliviar.

En lo que se refiere al cuidado de la piel, el aislamiento viene a suprimir, en la práctica, la consulta al dermatólogo, al tiempo que fomenta el recurso a la automedicación. La prolongada reclusión en casa y la falta de relaciones sociales incentivan desequilibrios ambientales y sociales, que pueden perjudicar la salud física y, sobre todo, mental.

La piel, como órgano más extenso del cuerpo humano, acusa también los impactos de estos desequilibrios. En estos momentos, la relación de confianza entre médico y paciente adquiere una relevancia especial, ya que constituye un factor esencial para evitar el aislamiento. Es importante  considerar, no  sólo la clínica de la piel, sino también a la persona en su conjunto, ahora afectada especialmente  por problemas que pueden propiciar impactos dermatológicos muy diversos.

El aislamiento suele distorsionar la visión objetiva de los problemas y, en correspondencia, de sus soluciones. El autodiagnóstico frecuente en esta situación puede sobrevalorar la importancia de cualquier alteración sospechosa en la piel (provocando una angustia innecesaria), como minusvalorarla (lo que puede retrasar el diagnóstico y la curación).

El hombre es un ser sociable y la relación con sus semejantes es necesaria para lograr un equilibrio en su vida.  Los dermatólogos, como médicos, sabemos que nuestra profesión  alcanza su grandeza en la vocación de ayudar a otros seres humanos a superar (o, al menos, aliviar) las agresiones a una salud que es necesaria para mantener ese tesoro esencial que es la vida.