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26 febrero, 2016Tecnología para la piel
1 marzo, 2016La moda del “low cost” ha llegado también al ámbito de la salud. Las agresivas campañas para atraer clientes con el gancho de unos precios inusualmente bajos son frecuentes en algunas especialidades, como recientemente hemos visto en la odontología. Y el ingreso en prisión de algunos responsables de una conocida cadena de clínicas franquiciadas ha puesto al descubierto los riesgos de dejarse deslumbrar por el atractivo de tarifas reducidas, sin atender a otras necesarias condiciones.
La dermatología tampoco se ha librado del “low cost”.
Al fin y al cabo, la competencia es uno de los rasgos distintivos del libre mercado. Pero es necesario subrayar que la salud no es un producto cualquiera y, por ello, debe atenerse a unos requisitos muy especiales. En primer lugar, debe tenerse en cuenta que la salud constituye el capital más valioso de los seres humanos. Y ello exige, inexcusablemente, que quienes se encargan de los cuidados de este tesoro sean profesionales con la preparación adecuada.
La formación de un dermatólogo requiere largos años de estudio. A la carrera de Medicina se añade posteriormente la especialización como MIR, todo un caudal de conocimientos que no pueden ser suplantados por atajos en la formación. Esta cualificación es la que aporta garantías en el cuidado de la piel, tanto en la prevención como en el tratamiento de la enfermedad. Y también la que garantiza la verdadera estética que parte, ineludiblemente, de una piel sana.
La salud no admite una formación “low cost” con el pretexto de abaratar costes y reducir tarifas. Ni tampoco sustituir el esfuerzo investigador de la industria seria y responsable por productos ineficaces, por muy baratos (en la práctica resultan carísimos) que se ofrezcan.
Cualquier recorte que afecte negativamente a la salud es la más cara de las soluciones, ya que pone en riesgo la vida.
Un bien que es anterior a la economía y que, si se pierde, todo está perdido.