Aceptar la propia piel
30 noviembre, 2018Luz azul: ¿Qué dice la ciencia sobre sus efectos en la piel?
11 diciembre, 2018Resulta paradójico el comportamiento de algunas personas obsesionadas por detener la caída de su cabello o poner remedio a una alopecia que les preocupa, incluso hasta la angustia en algunos casos.
Por una parte, no reparan en gastos ante la perspectiva (frecuentemente, más que dudosa) de obtener una solución rápida a su problema. Y, por otra, olvidan las más elementales precauciones tras la intervención, además de las relativas a la imprescindible solvencia científica.
Viene esta reflexión a cuenta del ansioso y nutrido peregrinaje a Turquía de españoles atraídos por agresivas ofertas para eliminar los problemas de su pelo. Confiando ciegamente en el éxito de la intervención, descuidan precauciones elementales como el necesario seguimiento posterior para controlar eventuales infecciones y asegurar el éxito del tratamiento.
Estos pacientes parecen ignorar que el nivel científico de los dermatólogos españoles viene siendo reconocido, año tras año, a nivel internacional.
Un especialista español, además de garantizar una preparación equiparable a los parámetros más exigentes, proporcionará el adecuado y necesario seguimiento, que, según demuestra la experiencia, tiende a ser descuidado cuando este tipo de intervenciones se realiza fuera de nuestro país.
Hoy se disfruta de una globalización de conocimientos que resulta muy beneficiosa para los pacientes y que deja ya sin base la tradicional y dañina tendencia española a pensar que lo foráneo es siempre lo mejor. Ya advirtió Cervantes que, mientras los demás países ensalzaban exageradamente sus méritos, los españoles se complacían en aumentar sus defectos. Una tradición que haríamos bien en eliminar cuanto antes.
La investigación ha conseguido avances importantes en el tratamiento del cabello en los últimos años. Para beneficiarse de ello, es imprescindible acudir al especialista adecuado, en este caso el dermatólogo. Contrariamente, quienes confían en ofertas supuestamente milagrosas, se ven abocados a la decepción y a desastres que, frecuentemente, el dermatólogo se ve obligado a reparar posteriormente.