Celia Sanchis Sánchez, Sofía de Asís Cuestas, Mª Pilar Pérez García, Sergio Santos Alarcón, Almudena Mateu Puchades. Servicio de Dermatología, Hospital Universitario Doctor Peset (Valencia).
La dermatitis atópica, también denominada eczema atópico, es una enfermedad inflamatoria crónica de la piel que aparece fundamentalmente en niños. Es benigna y no contagiosa. Suele iniciarse en la infancia y en general mejora con la edad, aunque puede persistir en la edad adulta o incluso iniciarse en esta época de la vida. Es un trastorno muy común y cada vez más frecuente, sobre todo en los países desarrollados, que afecta por igual a ambos sexos.
La causa sigue siendo desconocida, aunque en su aparición intervienen factores genéticos (predisposición familiar), ambientales y del sistema inmunológico. Aunque hoy en día no es posible predecir si una persona va a presentar esta enfermedad, sí que se sabe que aquellas con antecedentes familiares de dermatitis atópica, rinitis alérgica, conjuntivitis alérgica o asma tienen más probabilidades de padecerla.
Se caracteriza por la combinación de tres síntomas fundamentales: piel seca (xerosis), picor (prurito) y lesiones eczematosas (inflamación de la piel, con enrojecimiento y descamación). La enfermedad suele cursar en forma de brotes, con empeoramiento de los síntomas con el uso de irritantes (como por ejemplo la lana o los detergentes), el estrés, el frío o el sudor.
La localización de las lesiones varía en función de la edad:
Además, el tipo de lesiones también es diferente según la edad:
La complicación más frecuente es la infección de las lesiones, generalmente por bacterias como el Staphylococcus aureus. Esta se produce por la entrada de microorganismos en la piel debido, por un lado, a la pérdida de su función normal de barrera a causa de la inflamación y, por otro lado, al rascado mantenido por el picor. Además, el rascado continuo ocasiona, a largo plazo, un engrosamiento de la piel con acentuación de los pliegues normales de la misma (proceso que se conoce como liquenificación). Por todo ello, el control del picor es uno de los pilares básicos del tratamiento, como veremos a continuación.
Para llegar al diagnóstico suele ser suficiente con la historia clínica y un examen físico completo, aunque en algunos casos puede ser necesario realizar analíticas de sangre, pruebas de alergia o tomar muestras de piel (biopsia) para analizarlas con el microscopio.
No existe ningún tratamiento que cure definitivamente la enfermedad, pero disponemos de distintas opciones, dependiendo de la gravedad de las lesiones, que ayudan a evitar y mejorar los brotes. A la hora de elegir el tratamiento más adecuado en cada caso, se han de tener en cuenta algunos factores como la edad del paciente, su estado general de salud, la intensidad, extensión y localización de las lesiones, así como la respuesta a tratamientos previos.
En cualquier caso, la piel de los pacientes con dermatitis atópica es más seca y más irritable que la piel normal, por lo que requiere unos cuidados especiales, incluso en la ausencia de lesiones. Para ello, el paciente o sus padres (en el caso de los niños) juegan un papel muy importante, siendo fundamental seguir las siguientes recomendaciones, con el fin de evitar los brotes o controlar los síntomas una vez aparecen.
En cuanto a tratamientos específicos, los pacientes con formas leves o moderadas (la mayoría) pueden ser tratados con cremas (tratamiento tópico), reservando para los casos de mayor gravedad el tratamiento sistémico (por vía oral). Los fármacos más utilizados son:
Además, existen otras alternativas de tratamiento, tanto tópico como sistémico, para el tratamiento de esta enfermedad. Su médico le aconsejará cual es la mejor opción en su caso.
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